6 de junio de 2017

PEÑA AMAYA y FUENTEODRA




Fuenteodra (Burgos) y al fondo Peña Amaya














Peña Amaya







Hemos vuelto con las excursiones  turísticas y fotográficas. En esta ocasión nuestra visita a ha sido a la Comunidad de Castilla y León.

Por iniciativa de nuestro amigo Nacho, nos fuimos a conocer lo que llaman las Fuentes del Odra, para nosotros un lugar desconocido.

El rio Odra nace en las laderas de la Lora, muy cerca del pueblo burgalés de Fuenteodra.

Sus fuentes se encuentran en un gran circo rocoso, donde destaca la espectacular cascada de la Yeguamea, con un chorro que mana violentamente desde una pared vertical.

Para llegar al pueblo de Fuenteodra, nos fuimos por la carretera de Aguilar de Campoo desviándonos en Talamillo del Tozo.

Cerca se encuentra el anfiteatro rocoso donde el rio Odra tiene sus fuentes. Para llegar a ellas, nos dirigimos por un camino amplio que se dirige hacia la montaña y que es el lugar elegido.

Cuando nos acercamos, vemos ya la Cascada de la Yeguamea, que tiene la particularidad de brotar a modo de chorro perpendicularmente de la pared rocosa. Para ver este chorro, solo, en los años de fuertes lluvias y nieves y justo durante el deshielo.

En esta ocasión,  fue imposible, dada la gran sequia de este año.

En el circo desagua no solo el chorro de la cascada, sino otros arroyuelos menores que se precipitan desde pequeños surcos, esculpidos en la roca de donde brotan espontáneamente. Todos ellos alimentan el naciente rio Odra, que desembocará en el Pisuerga tras recorrer algo más de 65 kilómetros.

Tras dejar la cascada, continuamente por el camino que sube poco a poco hacia la plataforma rocosa que se halla sobre el circo. El sendero gira hacia la derecha y deja el circo atrás. Se camina por una pista junto a un gran surco.

Todo el paisaje que se contempla es el fruto de una intensa erosión sobre la piedra caliza durante millones de años, que aún continua.

También apreciamos la primera fase de formación de un desfiladero en un pequeña barranquera en pleno proceso de erosión.

Tras recorrer unos cientos de metros por este valle, dejamos el camino de la izquierda que lleva hasta la cumbre de Peña Lora y por la derecha llegamos hasta una llanura de campo de trigo y alfalfa. Desde aquí decidimos regresar por el mismo camino.

Nos ha sorprendido este lugar, por su formación rocosa y desilusionados por encontrarnos con las fuentes sin nada de agua , era de esperar en un año de total sequia.

Hemos tomado nota de este entorno para volver a visitarle.

También hemos contemplado bonitos campos de trigo, aunque pronto de recoger la cosecha.

Nos quedaba tiempo en la mañana y lo empleamos en visitar Peña Amaya, otro lugar desconocido por nosotros , que visitamos con  mucho interés.

Nos acercamos al pueblecito de Amaya, para subir por la carretera hasta el aparcamiento y continuar a pie unos cuantos metros de pendiente, hasta alcanzar el llano y otros metros más en conseguir acercarnos a la Peña.

Si a aquellos cántabros les costó subir hasta este lugar, más a nuestro amigo  Felipe, pero lo consiguió.

La Peña se encuentra en un sitio privilegiado con unas vistas espectaculares de las tierras burgalesas.

Pero lo más importante, es su historia, al haber sido un territorio ocupado por los cántabros en la Edad del Hierro.




http://www.regiocantabrorum.es/publicaciones/amaya



Amaya es uno de los baluartes de la antigua Cantabria, elevándose esplendorosa sobre la llanura burgalesa. Este enorme atalaya (1.377 metros de altitud) ha sido habitada desde la Prehistoria, alcanzando gran auge en cuanto a presencia humana se refiere a finales del siglo X a.C. Es a partir de este punto donde Amaya comienza a tener una importancia destacable, convirtiéndose en uno de los principales "castros cántabros" en la Edad del Hierro. La raíz del topónimo "Amaya" quiere decir "am(ma)" o "madre", implicando que su nombre Amaya o Amaía se referido a "ciudad madre", o como se denominaría más adelante "capital". No se sabe a ciencia cierta si Amaya fue en esencia capital de los cántabros prerromanos, ya que ninguna fuente clásica así lo recoge. Además no se han obtenido evidencias arqueológicas que así lo reflejasen, teniendo mucho más peso (por ejemplo) los hallazgos de Celada Mariantes, La Ulaña o Monte Bernorio. La misma idea de "capitalidad" no paree muy acertada para unas gentes organizadoras en clanes, habitantes de poblados elevados sobre montes interconectados visualmente. De todos modos apoyados en los toponimia y ese aire místico y legendario, muchos creen que si fue la antigua capital de los cántabros.

Este bastión estratégico que domina el acceso de la meseta a territorio cántabro fue conquistado por los romanos en el transcurso de las guerras cántabras (29-19 a.C.) quienes fundaron entonces la ciudad de Amaya Patricia. La cita más antigua de Amaya la encontramos en el Itinerario de Barro, serie de cuatro placas/tablillas con las vías romanas del noroeste peninsular que data del siglo III d.C. En la placa número I del citado Itinerario se señala el recorrido de la Vía Legione VII Gemina ad Portum Blendium que, partiendo de Legio VII Gemina (León), tiene su final en Portus Blendium (Suances).

Otro de los datos que nos indican su importancia estratégica y militar es que el mismísimo Cesar Augusto tuvo instalado un campamento en las proximidades de Amaya: Poco más se supo en los III siglos posteriores hasta la llegada de los visigodos. Es a partir de aquí donde su nombre vuelve a sonar con fuerza. De todos modos ahora nos ocupa hablar de sus orígenes y su desarrollo en la época romana, habrá tiempo más adelante de centrarnos en Amaya y su esplendor en la época visigoda - ducado de Cantabria.

La ocupación cántabra previa a la conquista romana fue determinada inicialmente por el hallazgo de piezas de cinturón y tres fíbulas, dos cuchillos, además de varios denarios de origen ibérico. Estos últimos denotan que los antiguos cántabros ya comerciaban con los pueblos del sur. De todos modos, como hemos comentado previamente, asentamientos cercanos como La Ulaña, a tan solo 4,5 km., han arrojado un número mayor de hallazgos de la Edad del Hierro, restando importancia al poblamiento cántabro de Amaya en aquella época. No olvidemos que La Ulaña constituye uno de los mayores yacimientos de la Segunda Edad del Hierro de toda Europa.

Es tras la ocupación romana cuando los hallazgos hacen más evidente la importancia de "Amaía" para el imperio romano: Peines, estelas con nombres indígenas (cántabros) y romanos, ungüentarios, monedas, ánforas y vasos, pinzas, etc. Esto nos da a entender que la ocupación militar como civil se había establecido en sus grandes llanuras.



http://bucierovidasalvaje.blogspot.com.es/2011/07/bvs-curioso-castro-cantabro-de-pena.html

Los castros cántabros, poblados fortificados de los indígenas pre-romanos, constituyen un mundo tan fascinante como enterrado en el desconocimiento general. Seguramente los últimos descubrimientos en torno a los modos de vida de estos hombres de la Edad del Hierro son materia que merece una divulgación seria y a la vez al alcance de todo el mundo. Lo vamos a intentar, con ojos de aficionado, procurando no dar muchas patadas a la historia.
Nos vamos al noroeste de Burgos, límite sur de la Cantabria histórica, para conocer el mítico enclave de Peña Amaya.
Peña Amaya emerge de la llanura burgalesa como una auténtica fortaleza natural capaz de impresionar al visitante. Sus condiciones atrajeron a sucesivos pobladores entre la prehistoria y al menos el siglo XIV. Se hace imprescindible apuntar que este lugar se ha visto envuelto en una bruma de leyendas e idealizaciones muchas veces no corroboradas por la arqueología. Por ejemplo, no parece nada claro a día de hoy que Amaya fuese la capital de los cántabros prerromanos, ninguna fuente clásica lo recoge y la etapa prerromana ofrece hallazgos de mayor entidad en lugar como Celada Marlantes, La Ulaña o Monte Bernorio. La misma idea de "capitalidad" no parece muy acertada para unas gentes organizadas en clanes, habitantes de poblados elevados sobre montes interconectados visualmente.
En primer lugar se ha documentado una presencia continuada a lo largo de la Edad del Bronce Medio (aproximadamente desde 1900 antes de nuestra era), la cual se hace más intensa hacia el siglo X antes de nuestra era.
Este bastión natural se convierte durante la Edad del Hierro (siglos VIII-I a.n.e.) en un castro o poblado fortificado cántabro hasta que pasa a manos romanas y a denominarse Amaía Patricia (las guerras de Roma contra los cántabros se desarrollan entre el 29 y el 19 antes de nuestra era). Se sabe también que el rey visigodo Leovigildo toma la ciudad en el 574 de nuestra era.
En el año 711 gran parte de la oligarquía visigoda huye de Toledo ante el avance del ejército islámico vencedor de Guadalete y queda resguardo en la lora de Amaya. Un año más tarde Tarik ben Ziyad, caudillo de la invasión árabe, asedia, somete a la hambruna extrema y finalmente derrota a los pobladores visigodos de Amaya.
La historia nos dice que hasta el 869 este mítico cerro no es repoblado nuevamente por el Conde Rodrigo. Amaya pasa a convertirse en un enclave primordial de la primera línea fronteriza en la llamada Reconquista.
Desde la repoblación de finales del siglo IX hasta el siglo XII la villa medieval se asienta en lo alto de la meseta de Amaya, al amparo de la fortaleza elevada sobre el promontorio hoy conocido como El Castillo y de las propias virtudes naturales de la plaza. El alejamiento respecto a la línea de la reconquista hará que en el siglo XII los lugareños se trasladen a la llanura inmediata. La actual Amaya, apenas un puñado de casas sobrías y humildes arremolinadas en torno a una iglesia, es heredera de aquel poblado medieval descendido desde las alturas de la peña.
Esta amplia trinchera excavada en la roca permite el acceso a la meseta. Unos 250 metros de longitud y dos metros de anchura. Los especialistas atribuyen la trinchera a los pobladores cántabros prerromanos.
La estructura que hace de base alcanza los 1200 metros y cuenta con cantiles de roca de entre 50 y 100 metros. Al ascender a la plataforma o meseta de Amaya, superadas las paredes rocosas que debían sobrecoger a los invasores, te percatas de que la ascensión no ha hecho más que comenzar. Sobre la plataforma se alzan imponentes dos nuevas protuberancias de escarpadas paredes. En primer término, la mole conocida como El Castillo, antiguo asiento de la fortaleza medieval que continuó en uso hasta el siglo XIV. Mires donde mires aprecias restos del poblamiento medieval, fosos, derrumbes de muralla de las antiguas defensas que cortaban todo posible acceso.
Vista de El Castillo y restos del poblado medieval de Amaya, el cual seguramente aprovechó estructuras más antiguas.
Desde lo alto de El Castillo el pueblo medieval cobra toda su dimensión. Súbitamente el visitante puede entrever el entramado de calles y el trazado de cada casa. Hasta el sur, la llanura burgalesa sobre la que Amaya actúa como atalaya y baluarte.
A su vez, el ocupamiento cántabro en los siglos previos a la conquista romana ha sido determinado por el hallazgo de piezas de cinturón y tres fíbulas (enganches bellamente adornados que permitían la sujeción de las prendas en ausencia de botones. También son conocidos de esta época varios denarios de origen ibérico (los cántabros comerciaban con los pueblos sureños), dos cuchillos y diverso material metálico.
Los hallazgos de la Edad del Hierro, la cual se corresponde con los indígenas cántabros, son en verdad escasos. Se confirma así que Peña Amaya distaba de ser la "capital" cántabra descrita más en leyendas que en estudios científicos. No obstante los arqueólogos dejan la puerta abierta a que nuevos sondeos destapen más datos sobre este periodo.
La etapa romana arroja numerosos descubrimientos que nos hablan de ocupación militar y civil. Peines, estelas con nombres indígenas (cántabros) y romanos ungüentarios, pinzas, monedas, pulseras, ánforas y vasos., etc.
Desde esta perspectiva la roca aparece en sus verdaderas dimensiones. El visitante moderno se siente empequeñecido al imaginar la fortaleza que coronó el enclave hasta el siglo XIV.
En diversos puntos observamos catas arqueológicas que permiten hacerse una idea más precisa de la dimensión del yacimiento. Este es un buen ejemplo. Sin la cata el visitante percibe una pobre cubierta vegetal sin nada reseñable, sin embargo la cata descubre un potente amurallamiento de más de metro y medio de anchura. Con un poco de imaginación el yacimiento de Amaya cobra otra dimensión y el visitante puede adivinar un completo y complejo sistema defensivo.
Dejamos atrás el promontorio de El Castillo y buscamos un acceso a la segunda sección, La Peña. Descubrimos el curso de los mismos riachuelos que hacían de Amaya un lugar habitable. Mires donde mires percibes derrumbes de viviendas medievales y vestigios de muralla. El promontorio parece inaccesible hasta que entrevemos una vía que asciende sin demasiada complicación hasta la cima casi plana.
En lo alto de la mole de La Peña encontramos vestigios de edificaciones correspondientes al periodo romano. Los especialistas determinan que una tomada Peña Amaya los romanos le dan un uso exclusivamente militar que irá complementándose con el civil con el paso de los años. Desde aquí sería sencillo mantener un control sobre la vía que unía Pisoraca (Herrera de Pisuerga), Julióbriga (Retortillo-Reinosa) y Portus Blendium (Suances), siendo Pisoraca el asentamiento de la Legion IV. La vía transcurría al oeste de Amaya, hecho éste que disminuyó el valor estratégico del Castro de la Ulaña (desplegado al este de Amaya). Eso explicaría que La Ulaña contenga mayores restos prerromanos, pero fuese abandonada en época romana.
Tradicionalmente se atribuyó a Amaya un papel central dentro de la organización territorial de la antigua Cantabria. Incluso se llega a afirmar que el nombre procede de la raíz indoeuropea am(m)a, "madre", viniendo a significar "ciudad madre". Las últimas investigaciones apuntan a que en efecto fue poblado cántabro, aunque de menor entidad, que cobra mayor relevancia como asentamiento militar-administrativo y civil romano. La "capitalidad" del territorio cántabro si podría asegurarse en los tiempos en los que Amaya cobija a la oligarquía visigoda.
La estructura denominada La Peña ofrece formas curiosas como ésta, una especie de proa apuntando al enemigo. Ascender a lo alto de los cantilles y sortear los pasos amurallados debía ser misión imposible para el invasor, pese a ello una vez arriba los caminos son cómodos. A estas condiciones hay que añadir las hasta 7 fuentes que manan desde Peña Amaya. Lo que en principio pudiera parecernos una roca inhabitable poco a poco que nos acerca a entender a los diferentes moradores del lugar.
Allá donde la naturaleza no presenta cantiles inexpugnables el hombre dispuso completos sistemas defensivos. Lo observamos con claridad en esta vaguada que permite el acceso desde la llanura norte, donde los restos del amurallamiento forman un ángulo recto que haría infructuoso el ataque.
Peña Amaya es en definitiva uno de esos enclaves donde la historia ha ido concentrándose milenio tras milenio. Hoy en día el lugar permite soñar, imaginar y revivir tiempos remotos protagonizados por hombres en esencia iguales a nosotros.


Nos ha impresionado el lugar y más aún, si alguna vez se confirma, que Amaya fuera la antigua capital de Cantabria.


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