Fuenteodra (Burgos) y al fondo Peña Amaya
Peña Amaya
Hemos
vuelto con las excursiones turísticas y
fotográficas. En esta ocasión nuestra visita a ha sido a la Comunidad de
Castilla y León.
Por
iniciativa de nuestro amigo Nacho, nos fuimos a conocer lo que llaman las
Fuentes del Odra, para nosotros un lugar desconocido.
El
rio Odra nace en las laderas de la Lora, muy cerca del pueblo burgalés de
Fuenteodra.
Sus
fuentes se encuentran en un gran circo rocoso, donde destaca la espectacular
cascada de la Yeguamea, con un chorro que mana violentamente desde una pared
vertical.
Para
llegar al pueblo de Fuenteodra, nos fuimos por la carretera de Aguilar de
Campoo desviándonos en Talamillo del Tozo.
Cerca
se encuentra el anfiteatro rocoso donde el rio Odra tiene sus fuentes. Para
llegar a ellas, nos dirigimos por un camino amplio que se dirige hacia la
montaña y que es el lugar elegido.
Cuando
nos acercamos, vemos ya la Cascada de la Yeguamea, que tiene la particularidad
de brotar a modo de chorro perpendicularmente de la pared rocosa. Para ver este
chorro, solo, en los años de fuertes lluvias y nieves y justo durante el
deshielo.
En
esta ocasión, fue imposible, dada la
gran sequia de este año.
En
el circo desagua no solo el chorro de la cascada, sino otros arroyuelos menores
que se precipitan desde pequeños surcos, esculpidos en la roca de donde brotan
espontáneamente. Todos ellos alimentan el naciente rio Odra, que desembocará en
el Pisuerga tras recorrer algo más de 65 kilómetros.
Tras
dejar la cascada, continuamente por el camino que sube poco a poco hacia la
plataforma rocosa que se halla sobre el circo. El sendero gira hacia la derecha
y deja el circo atrás. Se camina por una pista junto a un gran surco.
Todo
el paisaje que se contempla es el fruto de una intensa erosión sobre la piedra
caliza durante millones de años, que aún continua.
También
apreciamos la primera fase de formación de un desfiladero en un pequeña
barranquera en pleno proceso de erosión.
Tras
recorrer unos cientos de metros por este valle, dejamos el camino de la izquierda
que lleva hasta la cumbre de Peña Lora y por la derecha llegamos hasta una
llanura de campo de trigo y alfalfa. Desde aquí decidimos regresar por el mismo
camino.
Nos
ha sorprendido este lugar, por su formación rocosa y desilusionados por
encontrarnos con las fuentes sin nada de agua , era de esperar en un año de
total sequia.
Hemos
tomado nota de este entorno para volver a visitarle.
También
hemos contemplado bonitos campos de trigo, aunque pronto de recoger la cosecha.
Nos
quedaba tiempo en la mañana y lo empleamos en visitar Peña Amaya, otro lugar
desconocido por nosotros , que visitamos con
mucho interés.
Nos
acercamos al pueblecito de Amaya, para subir por la carretera hasta el
aparcamiento y continuar a pie unos cuantos metros de pendiente, hasta alcanzar
el llano y otros metros más en conseguir acercarnos a la Peña.
Si
a aquellos cántabros les costó subir hasta este lugar, más a nuestro amigo Felipe, pero lo consiguió.
La
Peña se encuentra en un sitio privilegiado con unas vistas espectaculares de
las tierras burgalesas.
Pero
lo más importante, es su historia, al haber sido un territorio ocupado por los
cántabros en la Edad del Hierro.
http://www.regiocantabrorum.es/publicaciones/amaya
Amaya
es uno de los baluartes de la antigua Cantabria, elevándose esplendorosa sobre
la llanura burgalesa. Este enorme atalaya (1.377 metros de altitud) ha sido
habitada desde la Prehistoria, alcanzando gran auge en cuanto a presencia
humana se refiere a finales del siglo X a.C. Es a partir de este punto donde
Amaya comienza a tener una importancia destacable, convirtiéndose en uno de los
principales "castros cántabros" en la Edad del Hierro. La raíz del
topónimo "Amaya" quiere decir "am(ma)" o "madre",
implicando que su nombre Amaya o Amaía se referido a "ciudad madre",
o como se denominaría más adelante "capital". No se sabe a ciencia
cierta si Amaya fue en esencia capital de los cántabros prerromanos, ya que
ninguna fuente clásica así lo recoge. Además no se han obtenido evidencias
arqueológicas que así lo reflejasen, teniendo mucho más peso (por ejemplo) los
hallazgos de Celada Mariantes, La Ulaña o Monte Bernorio. La misma idea de
"capitalidad" no paree muy acertada para unas gentes organizadoras en
clanes, habitantes de poblados elevados sobre montes interconectados
visualmente. De todos modos apoyados en los toponimia y ese aire místico y
legendario, muchos creen que si fue la antigua capital de los cántabros.
Este
bastión estratégico que domina el acceso de la meseta a territorio cántabro fue
conquistado por los romanos en el transcurso de las guerras cántabras (29-19
a.C.) quienes fundaron entonces la ciudad de Amaya Patricia. La cita más
antigua de Amaya la encontramos en el Itinerario de Barro, serie de cuatro
placas/tablillas con las vías romanas del noroeste peninsular que data del
siglo III d.C. En la placa número I del citado Itinerario se señala el
recorrido de la Vía Legione VII Gemina ad Portum Blendium que, partiendo de
Legio VII Gemina (León), tiene su final en Portus Blendium (Suances).
Otro
de los datos que nos indican su importancia estratégica y militar es que el
mismísimo Cesar Augusto tuvo instalado un campamento en las proximidades de
Amaya: Poco más se supo en los III siglos posteriores hasta la llegada de los
visigodos. Es a partir de aquí donde su nombre vuelve a sonar con fuerza. De
todos modos ahora nos ocupa hablar de sus orígenes y su desarrollo en la época
romana, habrá tiempo más adelante de centrarnos en Amaya y su esplendor en la
época visigoda - ducado de Cantabria.
La
ocupación cántabra previa a la conquista romana fue determinada inicialmente
por el hallazgo de piezas de cinturón y tres fíbulas, dos cuchillos, además de
varios denarios de origen ibérico. Estos últimos denotan que los antiguos
cántabros ya comerciaban con los pueblos del sur. De todos modos, como hemos
comentado previamente, asentamientos cercanos como La Ulaña, a tan solo 4,5
km., han arrojado un número mayor de hallazgos de la Edad del Hierro, restando importancia
al poblamiento cántabro de Amaya en aquella época. No olvidemos que La Ulaña
constituye uno de los mayores yacimientos de la Segunda Edad del Hierro de toda
Europa.
Es
tras la ocupación romana cuando los hallazgos hacen más evidente la importancia
de "Amaía" para el imperio romano: Peines, estelas con nombres
indígenas (cántabros) y romanos, ungüentarios, monedas, ánforas y vasos,
pinzas, etc. Esto nos da a entender que la ocupación militar como civil se había
establecido en sus grandes llanuras.
http://bucierovidasalvaje.blogspot.com.es/2011/07/bvs-curioso-castro-cantabro-de-pena.html
Los
castros cántabros, poblados fortificados de los indígenas pre-romanos,
constituyen un mundo tan fascinante como enterrado en el desconocimiento
general. Seguramente los últimos descubrimientos en torno a los modos de vida
de estos hombres de la Edad del Hierro son materia que merece una divulgación
seria y a la vez al alcance de todo el mundo. Lo vamos a intentar, con ojos de
aficionado, procurando no dar muchas patadas a la historia.
Nos
vamos al noroeste de Burgos, límite sur de la Cantabria histórica, para conocer
el mítico enclave de Peña Amaya.
Peña
Amaya emerge de la llanura burgalesa como una auténtica fortaleza natural capaz
de impresionar al visitante. Sus condiciones atrajeron a sucesivos pobladores
entre la prehistoria y al menos el siglo XIV. Se hace imprescindible apuntar
que este lugar se ha visto envuelto en una bruma de leyendas e idealizaciones
muchas veces no corroboradas por la arqueología. Por ejemplo, no parece nada
claro a día de hoy que Amaya fuese la capital de los cántabros prerromanos,
ninguna fuente clásica lo recoge y la etapa prerromana ofrece hallazgos de
mayor entidad en lugar como Celada Marlantes, La Ulaña o Monte Bernorio. La
misma idea de "capitalidad" no parece muy acertada para unas gentes
organizadas en clanes, habitantes de poblados elevados sobre montes
interconectados visualmente.
En
primer lugar se ha documentado una presencia continuada a lo largo de la Edad
del Bronce Medio (aproximadamente desde 1900 antes de nuestra era), la cual se
hace más intensa hacia el siglo X antes de nuestra era.
Este
bastión natural se convierte durante la Edad del Hierro (siglos VIII-I a.n.e.)
en un castro o poblado fortificado cántabro hasta que pasa a manos romanas y a
denominarse Amaía Patricia (las guerras de Roma contra los cántabros se
desarrollan entre el 29 y el 19 antes de nuestra era). Se sabe también que el
rey visigodo Leovigildo toma la ciudad en el 574 de nuestra era.
En
el año 711 gran parte de la oligarquía visigoda huye de Toledo ante el avance
del ejército islámico vencedor de Guadalete y queda resguardo en la lora de
Amaya. Un año más tarde Tarik ben Ziyad, caudillo de la invasión árabe, asedia,
somete a la hambruna extrema y finalmente derrota a los pobladores visigodos de
Amaya.
La
historia nos dice que hasta el 869 este mítico cerro no es repoblado nuevamente
por el Conde Rodrigo. Amaya pasa a convertirse en un enclave primordial de la
primera línea fronteriza en la llamada Reconquista.
Desde
la repoblación de finales del siglo IX hasta el siglo XII la villa medieval se
asienta en lo alto de la meseta de Amaya, al amparo de la fortaleza elevada
sobre el promontorio hoy conocido como El Castillo y de las propias virtudes
naturales de la plaza. El alejamiento respecto a la línea de la reconquista
hará que en el siglo XII los lugareños se trasladen a la llanura inmediata. La
actual Amaya, apenas un puñado de casas sobrías y humildes arremolinadas en
torno a una iglesia, es heredera de aquel poblado medieval descendido desde las
alturas de la peña.
Esta
amplia trinchera excavada en la roca permite el acceso a la meseta. Unos 250
metros de longitud y dos metros de anchura. Los especialistas atribuyen la
trinchera a los pobladores cántabros prerromanos.
La
estructura que hace de base alcanza los 1200 metros y cuenta con cantiles de
roca de entre 50 y 100 metros. Al ascender a la plataforma o meseta de Amaya,
superadas las paredes rocosas que debían sobrecoger a los invasores, te percatas
de que la ascensión no ha hecho más que comenzar. Sobre la plataforma se alzan
imponentes dos nuevas protuberancias de escarpadas paredes. En primer término,
la mole conocida como El Castillo, antiguo asiento de la fortaleza medieval que
continuó en uso hasta el siglo XIV. Mires donde mires aprecias restos del
poblamiento medieval, fosos, derrumbes de muralla de las antiguas defensas que
cortaban todo posible acceso.
Vista
de El Castillo y restos del poblado medieval de Amaya, el cual seguramente
aprovechó estructuras más antiguas.
Desde
lo alto de El Castillo el pueblo medieval cobra toda su dimensión. Súbitamente
el visitante puede entrever el entramado de calles y el trazado de cada casa.
Hasta el sur, la llanura burgalesa sobre la que Amaya actúa como atalaya y
baluarte.
A
su vez, el ocupamiento cántabro en los siglos previos a la conquista romana ha
sido determinado por el hallazgo de piezas de cinturón y tres fíbulas
(enganches bellamente adornados que permitían la sujeción de las prendas en
ausencia de botones. También son conocidos de esta época varios denarios de
origen ibérico (los cántabros comerciaban con los pueblos sureños), dos
cuchillos y diverso material metálico.
Los
hallazgos de la Edad del Hierro, la cual se corresponde con los indígenas
cántabros, son en verdad escasos. Se confirma así que Peña Amaya distaba de ser
la "capital" cántabra descrita más en leyendas que en estudios
científicos. No obstante los arqueólogos dejan la puerta abierta a que nuevos
sondeos destapen más datos sobre este periodo.
La
etapa romana arroja numerosos descubrimientos que nos hablan de ocupación
militar y civil. Peines, estelas con nombres indígenas (cántabros) y romanos
ungüentarios, pinzas, monedas, pulseras, ánforas y vasos., etc.
Desde
esta perspectiva la roca aparece en sus verdaderas dimensiones. El visitante
moderno se siente empequeñecido al imaginar la fortaleza que coronó el enclave
hasta el siglo XIV.
En
diversos puntos observamos catas arqueológicas que permiten hacerse una idea
más precisa de la dimensión del yacimiento. Este es un buen ejemplo. Sin la
cata el visitante percibe una pobre cubierta vegetal sin nada reseñable, sin
embargo la cata descubre un potente amurallamiento de más de metro y medio de
anchura. Con un poco de imaginación el yacimiento de Amaya cobra otra dimensión
y el visitante puede adivinar un completo y complejo sistema defensivo.
Dejamos
atrás el promontorio de El Castillo y buscamos un acceso a la segunda sección,
La Peña. Descubrimos el curso de los mismos riachuelos que hacían de Amaya un
lugar habitable. Mires donde mires percibes derrumbes de viviendas medievales y
vestigios de muralla. El promontorio parece inaccesible hasta que entrevemos
una vía que asciende sin demasiada complicación hasta la cima casi plana.
En
lo alto de la mole de La Peña encontramos vestigios de edificaciones
correspondientes al periodo romano. Los especialistas determinan que una tomada
Peña Amaya los romanos le dan un uso exclusivamente militar que irá
complementándose con el civil con el paso de los años. Desde aquí sería
sencillo mantener un control sobre la vía que unía Pisoraca (Herrera de
Pisuerga), Julióbriga (Retortillo-Reinosa) y Portus Blendium (Suances), siendo
Pisoraca el asentamiento de la Legion IV. La vía transcurría al oeste de Amaya,
hecho éste que disminuyó el valor estratégico del Castro de la Ulaña
(desplegado al este de Amaya). Eso explicaría que La Ulaña contenga mayores
restos prerromanos, pero fuese abandonada en época romana.
Tradicionalmente
se atribuyó a Amaya un papel central dentro de la organización territorial de
la antigua Cantabria. Incluso se llega a afirmar que el nombre procede de la
raíz indoeuropea am(m)a, "madre", viniendo a significar "ciudad
madre". Las últimas investigaciones apuntan a que en efecto fue poblado
cántabro, aunque de menor entidad, que cobra mayor relevancia como asentamiento
militar-administrativo y civil romano. La "capitalidad" del
territorio cántabro si podría asegurarse en los tiempos en los que Amaya cobija
a la oligarquía visigoda.
La
estructura denominada La Peña ofrece formas curiosas como ésta, una especie de
proa apuntando al enemigo. Ascender a lo alto de los cantilles y sortear los
pasos amurallados debía ser misión imposible para el invasor, pese a ello una
vez arriba los caminos son cómodos. A estas condiciones hay que añadir las
hasta 7 fuentes que manan desde Peña Amaya. Lo que en principio pudiera
parecernos una roca inhabitable poco a poco que nos acerca a entender a los
diferentes moradores del lugar.
Allá
donde la naturaleza no presenta cantiles inexpugnables el hombre dispuso
completos sistemas defensivos. Lo observamos con claridad en esta vaguada que
permite el acceso desde la llanura norte, donde los restos del amurallamiento
forman un ángulo recto que haría infructuoso el ataque.
Peña
Amaya es en definitiva uno de esos enclaves donde la historia ha ido
concentrándose milenio tras milenio. Hoy en día el lugar permite soñar,
imaginar y revivir tiempos remotos protagonizados por hombres en esencia
iguales a nosotros.
Nos ha impresionado el lugar y más aún, si
alguna vez se confirma, que Amaya fuera la antigua capital de Cantabria.
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