Como todos los años en los
BAÑOS DE OLA, es invitado a estar presente en la fiesta, un fotógrafo minutero,
para recordar esos tiempos de época.
Este año ha venido Adolfo, fotógrafo
de Torrelavega, que sustituye a Mariano
que ha dejado esta profesión.
Hablando con él, me dice
que hoy en España, solo quedan seis o siete y el más antiguo se encuentra en
Segovia.
Observándole como realizaba
la foto y posterior revelado, me recordaba mis años dentro del cuarto oscuro,
aquellos años que disfrutaba con el
revelado.
Con mi ampliadora, el papel
fotográfico, las tijeras, los negativos, las cubetas, los tanques, el fijador,
el revelado, todo ello para obtener una buena foto.
Nos podíamos considerar
artesanos y que alegría ver aparecer la foto en la cubeta del revelado.
Qué diferencia con la foto
digital de hoy, donde podemos hacer todas las fotos que quieras y retocarlas en
Photoshop.
Otro adelanto es tener un escáner
de negativos, que sustituye al laboratorio casero.
En 1900 ya existía la
figura romántica de esa época que eran los minuteros, fotógrafos ambulantes que
recorrían playas, paseos y ferias retratando a las gentes para venderles luego
la fotografía “al minuto”. Recorrían pueblos en pueblos, a través de ya olvidados
caminos, con su caballo de cartón o sus fondos decorados con temas diversos, y
la cámara de cajón. El tema habitual son parejas de novios paseantes o familias
con niños, y el revelado se llevaba a cabo al momento en una cubeta colgada de
la cámara.
Una vez realizado el
proceso se entregaba la postal normalmente en los formatos de 9x14.
Según el testimonio del biógrafo Mariano García Luna, su abuelo se dedicaba a minutero en Cuenca: “Era muy común que se fabricasen decorados y escenarios para retratar a la gente en las ferias, como caballitos de cartón, etc.
Según el testimonio del biógrafo Mariano García Luna, su abuelo se dedicaba a minutero en Cuenca: “Era muy común que se fabricasen decorados y escenarios para retratar a la gente en las ferias, como caballitos de cartón, etc.
Al igual que muchos otros, tenía
que compaginar su trabajo con la carpintería para obtener ingresos suficientes.
La habilidad de estos
fotógrafos ambulantes quedaba patente al no existir ninguna casa que se
dedicase a la fabricación de las cámaras de minuto, por lo que el fotógrafo se
vía obligado a amañárselas como podía
comprando los componentes por separado: el fuelle a un curtidor, el chasis a un
vendedor de hojalata, el cajón a un ebanista, o comprando restos de otras
cámaras en el mercado de segunda mano y procurarse una óptica francesa o
alemana.
Entre 1936 y 1939, en plena
Guerra Civil, se hacían muchas fotos de soldados y los minuteros tenían bastante
trabajo.
En esa época, los minuteros
reponían su material en las distintas droguerías de la geografía española,
siendo más afortunados aquellos que se encuentran en las inmediaciones de los
puestos fronterizos con Portugal y Francia, ya que obtenían más fácil acceso a
material.
A principios de los años ochenta su trabajo no tiene sentido, puesto que cualquiera podían hacer fotografías por sí mismo, y el turista traía su propia cámara.
Los minuteros. por su parte, no pasaban de la docena en toda España. Su carácter de “curiosidad” para los turistas encantados por encontrar todavía figuras pintorescas en España, les permitía sobrevivir. Por otra parte, incorporaban disfraces para añadir aliciente a unas tomas que encandilaban a los paseantes, retratando a los turistas junto a los principales monumentos.
Hoy cualquiera tiene una cámara digital o un teléfono móvil que toma fotografías . Es cierto que el placer de la instantaneidad impresa como recuerdo en el momento no existe, pero se pueden ver las fotos de inmediato. Se pueden borrar y volver a tomar.
¿Cuánto cuesta eso? Nada. Y así los paseos se llenan de cámaras y fotógrafos aficionados que repiten hasta el infinito las caras y gestos de la diversión, que después sólo podremos ver, si nos las envían por correo electrónico, en un ordenador. Claro que se pueden imprimir y podemos ir a un establecimiento especializado, que los hay muchísimos, para que nos las entreguen brillantes en papel, con corrección de colores y los detalles mil que queramos arreglar o modificar. Todo cuesta. No mucho, pero cuesta.
A principios de los años ochenta su trabajo no tiene sentido, puesto que cualquiera podían hacer fotografías por sí mismo, y el turista traía su propia cámara.
Los minuteros. por su parte, no pasaban de la docena en toda España. Su carácter de “curiosidad” para los turistas encantados por encontrar todavía figuras pintorescas en España, les permitía sobrevivir. Por otra parte, incorporaban disfraces para añadir aliciente a unas tomas que encandilaban a los paseantes, retratando a los turistas junto a los principales monumentos.
Hoy cualquiera tiene una cámara digital o un teléfono móvil que toma fotografías . Es cierto que el placer de la instantaneidad impresa como recuerdo en el momento no existe, pero se pueden ver las fotos de inmediato. Se pueden borrar y volver a tomar.
¿Cuánto cuesta eso? Nada. Y así los paseos se llenan de cámaras y fotógrafos aficionados que repiten hasta el infinito las caras y gestos de la diversión, que después sólo podremos ver, si nos las envían por correo electrónico, en un ordenador. Claro que se pueden imprimir y podemos ir a un establecimiento especializado, que los hay muchísimos, para que nos las entreguen brillantes en papel, con corrección de colores y los detalles mil que queramos arreglar o modificar. Todo cuesta. No mucho, pero cuesta.
La magia ahora es
tecnológica y se ha vulgarizado. Todos pueden tomar una foto.
Pero el fotógrafo minutero fotografía, retoca a veces, revela y copia todo en un mismo lugar.
Pero el fotógrafo minutero fotografía, retoca a veces, revela y copia todo en un mismo lugar.
En el mismo lugar donde la
foto perennizaba el momento. Y todo en un tiempo récord .Se puede decir que
casi es tan rápido como una polaroid y yo me arriesgo a decir que se tarda más
en descargar la foto e imprimirla en una impresora digital ,claro está ,que en
todo el proceso del fotógrafo minutero el consumo de energía es cero.
En el siglo XIX apareció
las primeras máquinas como la L'ELECTRA o más tarde la máquina verlinesa CANNON
que realizaba retratos en forma de medallón sobre ferrotipo.
Sería en 1913 cuando apareció
unos anuncios en la revistas ilustradas y en la prensa que bajo el titular de
gane mucho dinero presentan la máquina MANDEL. Era una máquina fotográfica de
fácil manejo que en un minuto realizaba retratos hechos directamente sobre
tarjetas postales, sin placas negativas ni películas. Esta cámara sería el
instrumento de trabajo y el inicio de una nueva tipología de fotógrafos
ambulantes, los minuteros.
Básicamente era un cajón,
una cámara oscura con un objetivo que en su interior contenía los recipientes
para el revelador y fijador. Era un laboratorio ambulante para blanco y negro
donde se obtenía un negativo sobre papel que volvía a ser fotografiado para
conseguir el positivo.
Los
minuteros se le llamaba a un grupo de fotógrafos ambulantes que utilizaban una
voluminosa cámara de madera, un cajón con una laboratorio portátil en su
interior. Retrataban al aire libre y, tras un breve ritual entregaban la foto
revelada, fijada y lavada a sus clientes.
A partir de
la década de 1960 su presencia en las calles se fue reduciendo hasta quedar muy
pocos actualmente.
En la década
de 1920, se describe la cámara en una caja de madera barnizada por fuera y
ennegrecida por dentro, de 24por24por24 cm. Tenía al frente unas guías para el
desplazamiento del fuelle y el objetivo. En el interior había dos cubetas para
el revelador y fijador y también un vidrio esmerilado en un chasis para enfocar
y colocarla postal en la posición adecuada y en el plano debido. Ese chasis podía
girar 90 grados en sentido vertical u horizontal.
Llegaba a
pesar cuatro kgs e iba siempre sobre un trípode. Se llevaba también un brazo
articulado para reproducir la postal negativa, un pequeño visor para observar
el proceso de revelado y el manguito, que evitaba que entrara luz por el
agujero por donde enfocaba y manipulaba la tarjeta postal en el interior de la
cámara.
El tamaño
tarjeta postal era el papel utilizado habitualmente, las postales debían tener
varios requisitos, gran sensibilidad, también gran latitud (que las variaciones
de exposición no influyera mucho en el resultado) que no amarillearan (el
minutero debía trabajar a temperatura ambiente)
Los
reveladores más adaptados para el trabajo de los minuteros eran los de
Metol-Hidroquinona, porque eran enérgicos, revelaban bien en verano e invierno
y su conservación era duradera.
Las postales
había que escurrirlas bien después de revelarlas, antes de pasar al fijador.
Luego había que lavarlas en un cubo que colgaba del trípode. Las fotografías,
en general, no se lavaban bien, por lo que con frecuencia, pasado el tiempo, salían
manchas y velos amarillos.
La profesión
de fotógrafo minutero perdura de una forma simbólica. Los clientes ven a los
actuales minuteros como un oficio del pasado y posan ante la cámara para
guardar un recuerdo de las fiestas o lugares turísticos en que se encuentran.
Entre los
pocos fotógrafos minuteros que mantienen esta profesión, destacaríamos a:
Miguel Ruiz
Rueda. Este fotógrafo (San Vicente de Toranzo-Cantabria) 1904 - Caspe
(Zaragoza) 1979, fue asiduo a las fiestas de los pueblos del País Vasco, se
trasladó a Caspe con 11 años acompañando a un tío suyo. En invierno hacían
barquillos y en verano helados. En el año 1928 aprendió el oficio de fotógrafo
y así comenzó la profesión.
En
Santander, en los jardines de Piquio, retrataba Mariano García Fernández, con
84 años (2.008), antiguo minutero en la década de 1940, que, en el 2.000,
retomó su vetusta cámara. Se ha retirado este año 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario